El
primer viernes 13 del año 2023, en el mes de enero, estuvimos en la biblioteca
Luis Rosales presentando y reflexionando sobre el libro que recientemente ha
publicado un compañero, un amigo, Jorge Ruiz, de título lacónico y sugerente: Iberia.
El
conocimiento personal que se tiene de quien ha realizado una obra lleva consigo
dar inevitables pinceladas biográficas antes de centrarnos en temas de
contenido y de connotaciones políticas, sociales y filosóficas, propias de la lectura, amén de la estructura profunda y superficial que, siguiendo la gramática generativa de Noam Chonsky, nos puede guiar en su análisis.
Comparto
con Jorge Ruiz orígenes cordobeses, esos que nos acercan a los estoicos
senequistas, a los del médico, filósofo, astrónomo y rabino Maimónedes, a los
del filósofo y médico musulmán, ducho en leyes, Averroes, en fin, a los del
culteranista Góngora que, sin duda, nos han dejado un poso cultural que nos
acompaña aún sin percibirlo.
También
comparto algo que en nuestras sociedades actuales de especialistas no es muy
corriente, la pasión por las letras… pero también por los números, por la
literatura y por la lógica, por la lectura placentera y por la divulgación
científica. Imitadores del hombre renacentista en tiempos de saberes estancos
que me obligan a ser incrédulo en no considerar a Jorge como un escritor de
método, por mucho que quiera alejarse de esta etiqueta alguien tan apasionado,
como él, de las ciencias en general y de la astronomía en particular.
Lo
que se conoce como técnica Stanislavski, llevada del mundo actoral al mundo de
la escritura, como método que integra experimentación y fusión, donde el actor
no solo aprende un papel sino que experimenta las vivencias y costumbres de su
personaje, “le posee”, no sería distinto de lo que nuestro autor hace buscando
una documentación exhaustiva del periodo donde se desarrolla la trama histórica
del libro,
para “poseer” los personajes, que actúan a lo largo de la novela conforme a su época
y su personalidad les marca, y esto, esto no es otra cosa que método. Método no
es solo tener una idea preconcebida y hermética de quienes intervienen en la
narración y que el autor desarrolla durante toda la obra conforme a un plan
preconcebido, método también sería desde la coherencia de los personajes que
éstos tomen su rumbo autónomo al margen, incluso, de su creador.
Yo
veo la lógica
hasta en la concepción de la obra, de las estructuras que la conforman, de las
categorías, porque de enunciados como la vecindad de países como España y
Portugal, de una historia íntimamente ligada tanto a Europa como a América, de un monarca común como Felipe II, de tantas
cosas que nos unen, no se deduce otro futuro que no sea un entendimiento común
en lo económico, en lo cultural, en lo social, y como no, en lo político,
excepción ibérica en lo energético como ejemplo.
Cuando
alguien presenta un libro supongo que le pasará lo que a mí, lo primero es
intentar no destripar nada trascendente del mismo, no hacer “spoiler” que se
diría hoy con enésimo anglicismo, y luego dudar, dudar si hablar de la
estructura, de la métrica en poesía, de la sintaxis que es alma, de la temática
que es contingente o directamente de literatura, o de lo que se le ocurra a uno
en ese momento,
pero nunca, nunca hacer un comentario de texto.
Como
estamos hablando de una novela y no de un ensayo, el tema, por muy atractivo
que nos parezca, y sin duda que lo es, no sirve sino para novelar y como tal
quiero tratarlo. Seguro que posteriormente se hablará más, como se habló, sobre
las relaciones hispano-lusas, como sucedió en la anterior presentación del
libro en el Ateneo de Madrid, a la cual también tuve la fortuna de asistir,
aunque allí como espectador privilegiado. Pero ahora quiero centrarme en otros
aspectos de interés.
Comenzando
por el principio, que no siempre ocurre, no debe haber en nuestra literatura
una novela con este título tan simple como “Iberia”, sin que sea referido al
territorio ocupado por el pueblo íbero, nombre dado por los griegos, es decir,
como obra histórica de los diferenciados pueblos que habitaron la Península
Ibérica, de los que hay evidencias antropológicas y genéticas ya en el Neolítico
(5000-3000 a.e.c.), y no con la idea que tiene el libro, referida a un
sentimiento o proyecto de futuro.
Siguiendo
a San Isidoro de Sevilla (siglos VI y VII d.e.c.) en sus Etimologías, obra que
fue memoria universal durante siglos en la cultura de Occidente, donde no
sabíamos ni de la existencia de las obras de Aristóteles hasta que las trajeron
los musulmanes, se debe empezar siempre el análisis de cualquier cuestión con
lo primero que se nos presente, y lo primero que se nos presenta es el verbo,
la palabra, el origen de la palabra que da pie al tema de que se trate.
Como
digo, Iberia era el nombre que los griegos daban a la península, aunque la
parte que más conocían era la zona meridional del levante peninsular, en torno
al río Íber, mientras que Hispania era el nombre utilizado por los romanos y
que seguramente tiene un origen fenicio. Con casi total seguridad, el Íber era
el actual río Ebro, designándose con esa palabra a todos los ríos en general, por
lo que hoy podríamos definir a los íberos como los habitantes del río o del
valle y, como apunta Jorge en la tapa posterior del libro, “el presente y el
pasado fluyen como un torrente”.
El
presocrático Heráclito de Éfeso ya hablaba de la unidad de los opuestos, creía
que el devenir del mundo estaba regido de acuerdo con lo que denominó el Logos,
la razón, la palabra, y fue famoso por su insistencia en el cambio; vio el
mundo en constante flujo, cambiando mientras permanecía igual: “Ningún hombre
se sumerge dos veces en el mismo río”, panta rei, todo fluye. En contraste el
eléata Parménides declaraba que “lo que es, no puede no ser”, negando la
transitoriedad del ser, y con ello, cargándose como hizo Einstein la física
cuántica. ¡Ya vemos donde nos trasladan las etimologías!
Pero
seguimos, si tenemos un pasado común los españoles y los lusos, y el futuro no
existe porque como dicen los neurocientíficos actuales, o no tenemos las
decisiones tomadas, o están condicionadas por las leyes de la física, debemos
considerar el surgimiento de esa Iberia futura, debemos imaginarla como algo
posible, debemos concebirla aun por lo improbable que hoy día nos parezca. No
es un tema de radiante actualidad, pero si es un tema de notoria curiosidad.
Entrando
en consideraciones sugerentes del libro y que me han hecho meditar, y eso
es de lo que se trata, sobre implicaciones que conlleva su nudo temático, otra
vez en la tapa posterior se define la obra como “ucronía que pudo ser real… y
que quizás pueda serlo”.
El
término ucronía, palabra que fue empleada por primera vez por Charles Renouvier
en su obra La filosofía analítica de la Historia, vendría a ser una reconstrucción
histórica construida lógicamente que se basa en hechos posibles pero que no han
sucedido realmente. Sería como una “utopía” pero en vez de referirse al
“topos”, al lugar con el que Tomás Moro designó a esa idílica isla, refiriéndose al “cronos”, al tiempo.
Esto,
que parece estar referido dentro de un contexto histórico, dentro de la
Historia como devenir del tiempo, tiene otras interpretaciones más profundas
porque ¿qué es la ucronía sino una hermenéutica
crítica?, esa que desarrolló Gadamer y Habermas y que nos hace preguntarnos si
la interpretación de determinados textos y autores no se hubiera realizado como
se hizo, sino de distinta manera, la vida, tal como la conocemos hoy, también
sería de manera distinta.
La hermenéutica en filosofía podemos
definirla diferenciándola del positivismo, para el cual, lo real son los
comportamientos observables, mientras que la hermenéutica son las intenciones,
una visión dialéctica de la realidad. Tanto Jurgen Habermas como Karl Otro Apel se oponen a los
positivistas, como Comte o el utilitarista John Stuart Mill, por su modelo
tradicional de conocimiento, el conocimiento científico como único conocimiento
auténtico. En la hermenéutica, que hunde sus raíces en la fenomenología de Husserl, lo que vemos son
los fenómenos de las cosas y no la cosa en sí, como también entendía Nietzsche, y esta corriente que tiene sus máximos exponentes en filósofos del siglo XX como Gadamer o Heidegger, nos es propia porque como decía el también hermenéutico, Paul Ricoeur, el problema de una comunidad, de una
tradición, o de una corriente donde la interpretación se produce, a pesar de
regirse según presupuestos y exigencias, puede crear diferencias. Este último
pensador también habló sobre el tiempo narrativo que tanta trascendencia tiene
en esta obra.
Siguiendo con la hermenéutica, hay que
recordar que surgió inicialmente como disciplina auxiliar para interpretar la
Biblia y los textos clásicos de la historia y, por lo que nos afecta
trascendentalmente, la interpretación que se hizo de los clásicos griegos situando
a Platón como predecesor del cristianismo, con el famoso Mito de la Caverna y las
sombras reflejadas en la pared que consideramos la realidad, nos puede dar una
idea de una interpretación interesada, interpretación de la patrística
occidental, de los padres de la Iglesia en la Alta Edad Media, que consideraron
era la interpretación que de este filósofo se debía dar. En igual sentido
podemos entender la interpretación de la filosofía aristotélica que nos ha
llegado a nosotros.
El libro de Jorge, el relato histórico de
la constitución de una unión ibérica, fue creado de una situación interesada,
utilitarista, para dar el mayor beneficio al mayor número de personas aun en
perjuicio de otras, y esta situación interesada perdura durante toda la obra,
por cuanto, lo que se intenta descubrir, para seguir manteniéndolo en secreto,
son hechos o acontecimientos que dejarían mal parada la situación de la
República Ibérica en el año 2030. La constitución de Iberia es propiamente
utilitarista.
Descendiendo un poco a la estructura de
la obra, considerando el tiempo narrativo, situamos la acción en distintos
periodos que llegan a confluir al final del texto, se desarrollan paralelos y
convergen cuando los acontecimientos se desencadenan. El tiempo del discurso,
es decir, el orden en que se muestran los hechos no es lineal, se va alternando
asimétricamente un período con otro. La obra no es una prolepsis o flasforwards,
salto temporal hacia delante para volver al presente, ni un flashback o
analepsis, escena retrospectiva. Narra dos periodos muy separados en el tiempo
que guardan una relación que se ve al final de la obra.
El narrador omnisciente y extradiegético,
narra en tercera persona, y cada capítulo hace referencia a una cita de un
libro que data del siglo VI a.e.c. atribuido a Sun Tzu, general chino que ha
influido, que sigue influyendo, como referente en tácticas militares o en otros
campos como los negocios o estrategias legales.
Las escenas y relaciones amorosas son fieles al momento
donde trascurren, más convencionales en el pasado, más permisivas en el futuro,
y hay constantes alusiones a lugares madrileños, carabancheleros, también extremeños, portugueses, a las comidas, grandes batallas, alusiones científicas, que no podían faltar, al igual que guiños políticos.
Un buen libro que recomiendo leer fuera
de la pasión de un amigo.
¡¡Gracias Jorge!!