domingo, 28 de marzo de 2021

ESPASTICIDAD INSTITUCIONAL

 


Se viene observando con cierta reiteración casi endémica, un bloqueo en el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas otorgadas como garantes de nuestro sistema político, y que nos obliga a realizar una reflexión colectiva sobre cómo evitar esta disfunción.

Bajo la pretensión de no llevar el problema vía casuística, siempre propicia al recurso fácil como argumento propio, debemos indagar en los verdaderos motivos que originan dentro de la “clase política” el empecinamiento casi terapéutico de paralizar el fluido funcionamiento institucional de determinados órganos del Estado, medida que adoptan en previsión de un futuro incierto cuando entra en juego el sistema de mayorías para la toma de decisiones.

Por falta de documentos, pero con referencias en las obras homéricas de la Ilíada y la Odisea, la llamada Edad Oscura griega (1.200 al 800 a.e.c.) ya hace mención a la figura del wasileus, al que algunos historiadores asimilan a la del Rey, como personaje preeminente entre los nobles con funciones muy limitadas y sin responsabilidad en la toma de decisiones. Eran los gerontes o ancianos, se debían superar los 50 años para pertenecer a este grupo nobiliario, los que como una de las secciones asamblearias junto a la de hombres libres, ostentaban el poder de discusión, los que decidían en caso de un desacuerdo importante por no existir un sistema de votación como el actual, quedando reducidas las funciones del wasileus al caudillaje militar o como oferente religioso, propias de un cargo vitalicio y hereditario que podían sustituir ante la incapacidad de éste.

También la monarquía del periodo romano del 753 al 509 a.e.c., en la Hispania Visigoda, el Sacro Imperio Romano, y en nuestros días países como Samoa o Malasia, han elegido y siguen eligiendo a sus monarcas mediante votaciones, con lo que la involución en la institución monárquica hacia una monarquía hereditaria ha planteado múltiples problemas relativos al orden sucesorio o a los desmanes o incompetencia de los poseedores de la corona.

Dejando a un lado las monarquías parlamentarias y la posición de influencers de los reyes, los miembros del resto de poderes del Estado en la clásica división de Montesquieu, ya tratada por pensadores como Alexander Hamilton, Rousseau o John Locke, son elegidos de forma diferente según se trate del poder legislativo por sufragio universal, del poder ejecutivo por el parlamento y del poder judicial por un sistema de mayorías cualificadas de diputados y senadores entre jueces y juristas de reconocida competencia y que dirigen el órgano de gobierno de los éstos, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), por lo menos así ocurre en nuestro país.

Si desde el derecho comparado el sistema de elección del órgano de gobierno de los jueces va desde la inexistencia alemana de algo parecido al CGPJ, asumiendo sus funciones los Ministerios de Justicia de los Bundesländer o el gobierno Federal con un Tribunal Constitucional como autoridad judicial supervisora, hasta el Consejo Superior de la Magistratura francesa con la participación directa del presidente de la República y del ministro de Justicia, pasando por el modelo de meritoriaje inglés solo renovados los cargos por jubilación de sus miembros, o el modelo italiano con una participación importante de las asociaciones profesionales de jueces, vemos que no existe una única forma de elegir o sustituir los miembros del poder judicial, rasgo extensible al  resto de instituciones del Estado, o incluso, a instancias inferiores de los mismos.

Solo desde modelos mixtos en los que no priven ni los intereses partidistas ni los intereses endogámicos a la hora de cubrir vacantes o renovaciones de los puestos de las instituciones, se puede superar la paralización del funcionamiento eficiente en los órganos colegiados, contando siempre con la preeminencia de las mayorías y con la alternancia como objetivo valorable.

  

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 21 de marzo de 2021

SOBRE EL PODER

 

Por qué aquellos que más cuestionan la autoría e identidad personal dejan una obra tan personalista e identitaria, Nietzsche y Foucault lo demuestran, siendo propio de ellos la comunión entre vida y obra, entre realidad y pensamiento, sus trayectorias personales acomodaron decir y hacer y aunque hoy no serían ejemplo de lo que entendemos como “la buena vida”, Aristóteles se la reconocería por cultivar y desarrollar sus facultades racionales, la razón humana como único elemento que separa lo humano de lo animal y cuyo fruto es el bienvivir, es la honestidad.

Cuando balbuceas explicaciones sobre determinadas actuaciones personales que derivan de tu autonomía y libertad personal, tu obra se convierte en común y simplista, careciendo de valor ejemplarizante consignas y llamamientos a la mejora de la convivencia, das primacía a la autoría e identidad tan propia de nuestro tiempo donde sobran los patrones a deconstruir.

Decía George Berkeley (1685-1753), científico, obispo, filósofo y humanista, destacado empirista y defensor del idealismo (todo existe en la medida que podemos percibirlo con los sentidos a salvo lo espiritual), que un filósofo es alguien que levanta una gran polvareda cuando trata un tema y luego se queja de que no se puede ver con claridad, pues bien, se me ocurren bastantes preguntas sobre el tema del poder: ¿por qué este afán desmedido por conseguir el poder?, ¿todo el mundo lo quiere detentar?, ¿hay muchas clases o es algo unívoco?, ¿es lo mismo poder que dinero?, ¿existen ricos sin poder y poderosos sin dinero?, ¿pueden existir sociedades sin relaciones de poder?, ¿los poderosos se excluyen o se asocian?, ¿se puede renunciar al poder?, etc.

A estos interrogantes y a otros muchos más, se podría contestar sin tener una certeza absoluta sobre los mecanismos que rigen el complejo entramado de sinergias y antagonismos, de correlaciones y oposiciones que rigen la atracción al poder. Sin duda, la persona que mejor ha estudiado sus engranajes ha sido el filósofo, sociólogo, psicólogo e historiador francés Michel Foucault quien, con su estilo de escritura denso y críptico, estimó que está presente en todas las instancias de la sociedad donde cada institución ejerce un cierto grado de control coercitivo sobre el individuo, marcando todas las relaciones humanas la lógica de esas luchas por el poder.

No entendió este pensador que sus estudios fueran a analizar los fenómenos del poder sino la creación de una historia de los diferentes modos de subjetivación del ser humano en nuestra cultura, siendo la falta de herramientas para tal estudio la que obligaba a recurrir a maneras de pensar sobre el poder con base en los modelos legales, en modelos institucionales, en preguntarse por el Estado. El poder no es una cuestión teórica, forma parte de nuestra experiencia, y fueron los procedimientos de nuestra racionalidad política los que llevaron a las dos formas patológicas del poder, el fascismo y el estalinismo, por eso necesitamos una nueva economía en las relaciones de poder, siguiendo al que fue uno de sus grandes referentes, Immanuel Kant, el papel de la filosofía es impedir que la razón vaya más allá de los límites de lo dado por la experiencia, y vigilar los poderes excesivos de la racionalidad política forma parte de ello, algo que entendía era pedirle demasiado.

Siguiendo su argumentación, se debería avanzar hacia una economía más empírica en las relaciones de poder y por eso es necesario tomar como referente las formas de resistencia contra los diferentes tipos de poder, para entender la cordura deberíamos investigar lo que sucede en el campo de la locura (frenopáticos), la legalidad en el de la ilegalidad (cárceles). Su conclusión es que el problema político, ético, social y filosófico no consiste en liberar al individuo del Estado, y de sus instituciones, sino liberarnos del Estado y del tipo de individualización que se le vincula, fomentar nuevas formas de subjetividad, rechazando las que se nos han impuesto durante siglos.

sábado, 13 de marzo de 2021

SOBRE EL MAL

 

 

Tratado previamente por San Agustín, sin embargo, fue Leibniz quien empleó el término teodicea por primera vez en su libro Ensayo de Teodicea, en un intento por demostrar, a pesar del mal, la existencia de Dios como creador del “mejor mundo de los posibles” sobre principios de racionalidad, libertad individual y el propio reconocimiento de la existencia del mal.

Filósofos medievales, e incluso algunos ya renacentistas, entendieron que la Creación correspondía al modelo de un Cosmos, un mundo ordenado donde el hombre era su punto culminante en una cosmovisión que explicaba los sucesos de forma teleológica, como fines: el sol es bueno para el crecimiento de las cosechas, el hombre es bueno cuando obedece a Dios, último bien, y el mal es el resultado de la ignorancia humana que en ocasiones no entiende que el exceso de sol y la sequía limitan las cosechas y los alimentos como mecanismo que contribuye a la hambruna y regulación poblacional.

El panteísta Spinoza, ese rebelde amable, continuador de una concepción del mundo ya presente en pensadores como Heráclito, Plotino o Giordano Bruno, critica la explicación monoteísta que castiga tanto a justos como a pecadores, y asimila la deidad al universo donde todo es naturaleza y esencia, donde Dios o la Naturaleza están más allá del Bien o del Mal, tratando de explicar el mal como carencia y donde los dioses no venden nada sin esfuerzo.

Mas cerca de nuestros días, Paul Ricoeur entendió que todas las teodiceas habían fracasado, fracasa en Leibniz, en Voltaire, en Rousseau y fracasa también en Hegel donde el mal es una astucia de la razón para armonizar las causas en el todo. Kant considera que nuestra actitud debe ser combativa, única respuesta práctica que se puede dar porque los intentos teóricos sobrepasan los límites de la razón y pronunciarse sobre ello sería caer en el dogmatismo. Horkheimer y Adorno tras Auschwitz entendieron que la tarea de la filosofía era pensar en los mártires anónimos de los campos de concentración nazis, aunque sus voces finitas hayan sido selladas por la tiranía.

Continuando con Ricoeur, en la Biblia, además del esquema retributivo como explicación mítica del pecado original, existe otro esquema explicativo del mal como un escándalo inexplicable, una cuestión trágica, posición de Job, que confía en Dios a pesar del mal, la tendencia al bien es más fuerte que la propensión inerradicable hacia el mal, ese a pesar del mal es la única posición legítima desde el cristianismo y Kant no postula desde el mal, sino desde posiciones morales del hombre, desde el bien, valorando Ricoeur más la bondad y la belleza que la vida, que el mal.

Dejando en esta reflexión al margen el tema de la culpa, tratada ampliamente tanto por Ricoeur como uno de los símbolos primigenios junto a la pureza y el pecado, como por Freud con sus elementos patológicos, o como en Kolakowski, al que se suele interpretar erróneamente porque nunca negó la ética de los ateos como consecuencia del colorario de la sentencia de Iván de Los hermanos Karamazov de Fiódor Dostoyevski, donde si Dios no existe todo está permitido (su crítica era más bien a los empiristas que niegan la ética por hablar puramente de emociones), digo, que dejando a un lado estas importantes consideraciones imposibles de abarcar en esta pequeña valoración general, si debemos, siguiendo a Nietzsche, criticar a ese tipo de ateísmo moderno que trata al religioso como especie inferior que no es sino fruto de simplistas interpretaciones que consideran el sentimiento religioso únicamente desde el consuelo que produce. Ernst Bloch entendía que un ateo que lo sea debe pensar en la posibilidad real de ser creyente, de igual manera que un creyente debe hacerlo de la posible inexistencia de Dios, el convencimiento tanto de uno como de otro no deja de ser eso, un convencimiento indemostrable, en uno prima más el a pesar del mal, en el otro, la existencia abrumadora del mal, pero en los dos casos se excede en la razón teórica y se hace imprescindible pensar en la posibilidad real de la creencia del otro.

Para finalizar habría que citar, siquiera mínimamente, a Ludwig Wittgenstein porque como bien decía, aunque algún día se resolvieran todas las posibles cuestiones científicas, él además de filósofo era matemático, nuestros problemas vitales, el qué debo haber y qué me debo esperar, preguntas kantianas a la ética y a la religión, no habrían sido rozados en lo más mínimo, no se le puede pedir a la razón instrumental lo que no puede dar, la ciencia es éticamente muda, la ciencia tiene que tener en cuenta a la ética, pero la ciencia no se deriva de la ética, por muchos avances científico-técnicos que lleguen a existir.

sábado, 6 de marzo de 2021

¿LA NO NECESIDAD DE UN ESTADO?

 

  ORGANIZACIÓN Y UNIÓN DE PUEBLOS NO REPRESENTADOS (UNPO)

Siguiendo la línea emprendida la semana pasada hoy reflexionamos sobre la no necesidad de organizarnos en Estados como única forma imperante de convivencia entre los pueblos. Nietzsche ha sido uno de los pensadores que mejor ha sabido explicar el surgimiento de los Estados como uno de los nuevos ídolos y que ha dado pie a interpretaciones anarquistas: “Estado es el nombre del más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca:  Yo, el Estado, soy el pueblo ”, texto y pensamiento que los movimientos anarquistas han tomado como propio aun a sabiendas que el filósofo alemán refiere el texto al Estado burgués y no compartió plenamente los postulados libertarios, pero se indigna contra la democracia que impone el dominio de la ley, y con ello, de lo impersonal e uniforme, desarrollando la barbarie porque está expresando una cultura que solo se rige por el utilitarismo. La única salida que entiende lleva a la destrucción del Estado, obra que está encaminada a los espíritus libres en la reconquista de su libertad dentro de una sociedad que adopta la forma de un rebaño, le lleva a consecuencias que los individuos deben saber soportar: formación del superhombre y controvertida consideración de que la guerra y el valor han conseguido más grandes cosas que el amor al prójimo. Esto está en consonancia con sus ideas dionisíacas que hoy pondrían los pelos de punta a más de uno y que llevarían a interpretaciones poco rigurosas conducentes al desastre, que condujeron al desastre en las guerras europeas, lo que no deja de ser óbice para considerarlo un visionario.

Se puede diferenciar entre la no necesidad de la existencia de los Estados por considerar territorios que no encajan en este esquema, o comunidades como las nómadas que son agrupaciones sin Estado, o innumerables situaciones parecidas que tampoco encajan en los esquemas ortodoxos de los Estados actuales, pero que sí tienen las características mínimas que los hacen asimilables a ellos (relaciones de poder, unas leyes coercitivas, instituciones de gobierno...) y que están afectas de las mismas consideraciones que pudiéramos hacer de la ortodoxia.

Teorías como la de la fuerza, que intentan explicar la necesidad del Estado, no pueden ser consideradas en realidad como tales sino como justificaciones de su existencia, como la consecuencia de algo inevitable por ser como es la naturaleza humana, por cumplirse la locución latina del Leviatán de Hobbes de que “lupus est homo homine, non homo, quom qualis sit non novit”: lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro (frase enunciada por Plauto en su Asinaria), lo que produce que no estemos fundamentando el Estado sino dando argumentos para su aniquilamiento, así Georg Jellinek se pregunta “si el Estado no es más que una fuerza irracional, brutal, ¿por qué no ha de hacer el ensayo el que está sometido a ese poder, de sacudir su yugo, de eliminar la autoridad?”, estamos dando argumentos a postulados ácratas que pueden entender existen otras maneras de organizarnos que no sean desde posiciones de poder y fuerza, que tengan en cuenta supuestos de una moral superior a la esgrimida, y que facultan los procesos revolucionarios apoyados en la superioridad que dan esas posiciones justificativas del mismo.

La mayor consideración de los fines que cumplen los Estados consecuencia de sus resultados, es lo que ha llevado sistemáticamente a confundir ambos conceptos. Una cosa es pretender llegar a entender la obligada necesidad de este tipo de organización consecuencia de la naturaleza de las cosas, y otra, justificar su existencia por los resultados que produce, porque con este argumentario, y por muy legítimo que pudiéramos considerar nuestros fines, no estaríamos dando sino un arma que igualmente justificara todo tipo de actuación por nuestro bienestar personal, y esto, se llama utilitarismo.

Otras teorías que se han denominado jurídicas, y que son producto del Derecho, de un orden jurídico precedente, no llegan a decirnos de donde surge el mismo como previo al Estado, pero tampoco saben decirnos como lo legitiman, a salvo, desde postulados iusnaturalistas cuyo desprestigio actual no contribuye en su ayuda, o de sus contrarios positivistas que corren igual suerte.

De lo anterior se deduce que si la necesidad inexorable del Estado no existe deben aparecer mecanismos que hagan posible la reversibilidad de esa situación, debe ser posible concebir la desaparición de estos para fundar otra cosa, y de nuevo tenemos que situarnos en una postura que no sea meramente de hechos, no nos interesa tratar la desaparición de un Estado para la formación de otro, ya sea conforme a su ordenamiento, ya sea por actos de fuerza, tampoco nos interesa que segregaciones de parte de territorios conformen Estados nuevos, en definitiva, no queremos hablar de toda la casuística que se pueda dar, lo que nos interesa es tratar algo que no se da, la desaparición para crear ex-novo otra forma organizativa, no desaparece un Estado por voluntad propia sino por imposición más o menos obligada.

 

LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA, ¿SUMA O LASTRA?

                Estas reflexiones políticas que propongo, ajenas a la inteligencia artificial y próximas a la natural, ya sean del interés c...