Cuando
Einstein negó que Dios tentara a la suerte con relación al universo:
"Dios no juega a los dados", no nos estaba dando muestras de
creencias en divinidades, en el destino, o rechazara la teoría de la evolución
de Darwin. "La mecánica cuántica es realmente imponente. Pero una
voz interior me dice que aún no es la buena. La teoría dice mucho, pero no nos
aproxima realmente al secreto del 'viejo'. Yo, en cualquier caso, estoy
convencido de que Él no tira dados". Esa es la cita original en la que
Einstein emplea la metáfora para realizar una crítica a la entonces incipiente
mecánica cuántica que el físico alemán rechazaba, el principio de incertidumbre
de Heisenberg era demasiado aleatorio de quien se refería al universo como
a "Dios".
La
crisis actual de las democracias occidentales, sin valorar otras regiones del
mundo con problemáticas distintas, descansa en factores como la alta abstención
en las elecciones, la falta de participación en las organizaciones políticas o
sindicales, en el deterioro de la imagen y confianza en los representantes
políticos y en otros motivos que requieren un análisis profundo. David Van
Reybrouck en su libro Contra las elecciones. Cómo salvar la
democracia, denomina a toda esta problemática «el síndrome de fatiga
democrática», proponiendo el sorteo en la elección de cargos públicos como
medida superadora de la situación y posicionándose en la misma línea los
profesores de ciencias políticas Nicholas Tampio e Yves Sintomer,
el profesor de filosofía política Alexander Guerrero o el investigador de teoría
política Oliver Dowlen, entre otros.
Sabemos
que el sorteo no es algo novedoso para elegir a los actores políticos, en la democracia
ateniense la lotería era una forma de seleccionar determinados cargos públicos,
como ya nos describió Aristóteles, era la llamada demarquía o
estococracia, o en términos más usados en nuestra lengua la insaculación
o lotocracia. La elección de funcionarios políticos en la Italia de
finales de la Edad Media y principios del Renacimiento también utilizó el
sorteo, o más recientemente, las Asambleas de Ciudadanos en los Países Bajos
para reformar la ley electoral.
Sabemos
que los griegos atribuían la suerte en el campo de batalla a un orden superior
que se ponía de manifiesto con la victoria, derivándose la legitimidad del
poder en ese orden, la misma que tenía el azar en la selección de cargos
públicos. Esa idea de orden trascendente que la política busca instaurar, hoy
día totalmente desaparecida, resulta el mayor impedimento para recuperar el
sorteo como forma de selección. Quienes proponen el sorteo como forma de
superar algunas deficiencias de la democracia representativa, deberían tener en
cuenta que ya no vemos la política como una tarea que busca instaurar un orden
trascendente, desde el siglo XVII, la política tiene como objeto la certeza y
la seguridad, no el orden, y difícilmente tiene cabida el azar o lo aleatorio.
En
contra, se puede decir que practicando el sorteo puede resurgir esa manera de
ver la política convirtiéndolo así, en una forma de recuperar la vieja libertad
política clásica, pero defender el azar como fuente de legitimación del poder
puede resultar más complicado de lo que en apariencia parece. Si ganar las elecciones
es cuestión de suerte, porque las personas que se presentan están ocupando esos
puestos debido al azar, dónde queda el mérito.
Maquiavelo
resolvía el problema estableciendo un equilibrio entre ambos, mitad fortuna y
mitad mérito o virtud, pero siendo contingente el lugar donde nacemos, la época,
la educación o la genética, el mérito puede ser poco valorado al ser el resultado
de muchos factores sobre los que apenas intervenimos, e incluso, aun alcanzando
el éxito debido a nuestro talento, debemos considerar que nuestra inteligencia
no deja de ser fruto del azar. Podemos decir que cuando en la consecución de un
logro interviene la suerte, se reduce considerablemente nuestro esfuerzo
personal.
Vemos
como el azar en política plantea problemas de legitimidad porque el ganador de
unas elecciones, o quien ostenta el poder debido a la suerte, no tiene mayor derecho
a hacer uso de ese poder del que tenía antes de que la diosa romana Fortuna,
transformada por el cristianismo en Providencia, le tocara antes de ser
elegido. Y cuando las relaciones propias del poder de mando y obediencia obtienen
la legitimación del resultado de las urnas sobre candidatos elegidos providencialmente,
se tambalean los cimientos sobre los que están asentadas nuestras democracias.
Quizás lo que está en duda no es nuestro sistema de elección de representantes,
sino el propio sistema democrático en sí.
José
Luis Moreno Pestaña, uno de los filósofos políticos españoles más
innovadores, en su libro Los pocos y los mejores, critica que el
concepto marxista de fetichismo de la mercancía, relaciones entre objeto (dinero-mercancías)
y no entre personas, ha lastrado la actividad política frente al valor político,
siendo un claro defensor del sorteo como herramienta para profundizar la
calidad de nuestras democracias.
La falta
de trayectoria política o sindical en muchos de los políticos actuales, mayoritariamente
funcionarios públicos con tiempo para dedicar a la cosa pública e incapaces de
gestionar nada, es la crítica más severa que hace Moreno Pestaña a quienes en
mayor proporción ocupan hoy día los parlamentos europeos. La división del
conocimiento entre el experto, propio de unos pocos, y el que se adquiere por
la familiarización o la práctica, deseable en el común de los ciudadanos, es el
que divide igualmente la introducción o no del sorteo como medida de elección
de los cargos, porque en la actualidad "Los partidos políticos son
organizaciones de promoción empresarial de la actividad política".
La
razón que le asiste en la consecución de un conocimiento básico, generalizado, operativo
y democrático de la ciudadanía para la gestión de la res publica, choca
con la fría realidad, pudiendo ser un primer paso la introducción de esta forma
de elección de cargos en los estratos más básicos de los partidos políticos, siquiera
en los cargos orgánicos.
¡Por
cierto!, Einstein se equivocó radicalmente con la mecánica cuántica, parece ser
que Dios tiene algo de ludópata.