domingo, 25 de abril de 2021

¿ECHAMOS A SUERTE LOS CARGOS?

 

         

 

Cuando Einstein negó que Dios tentara a la suerte con relación al universo: "Dios no juega a los dados", no nos estaba dando muestras de creencias en divinidades, en el destino, o rechazara la teoría de la evolución de Darwin. "La mecánica cuántica es realmente imponente. Pero una voz interior me dice que aún no es la buena. La teoría dice mucho, pero no nos aproxima realmente al secreto del 'viejo'. Yo, en cualquier caso, estoy convencido de que Él no tira dados". Esa es la cita original en la que Einstein emplea la metáfora para realizar una crítica a la entonces incipiente mecánica cuántica que el físico alemán rechazaba, el principio de incertidumbre de Heisenberg era demasiado aleatorio de quien se refería al universo como a "Dios".

La crisis actual de las democracias occidentales, sin valorar otras regiones del mundo con problemáticas distintas, descansa en factores como la alta abstención en las elecciones, la falta de participación en las organizaciones políticas o sindicales, en el deterioro de la imagen y confianza en los representantes políticos y en otros motivos que requieren un análisis profundo. David Van Reybrouck en su libro Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia, denomina a toda esta problemática «el síndrome de fatiga democrática», proponiendo el sorteo en la elección de cargos públicos como medida superadora de la situación y posicionándose en la misma línea los profesores de ciencias políticas Nicholas Tampio e Yves Sintomer, el profesor de filosofía política Alexander Guerrero o el investigador de teoría política Oliver Dowlen, entre otros.

Sabemos que el sorteo no es algo novedoso para elegir a los actores políticos, en la democracia ateniense la lotería era una forma de seleccionar determinados cargos públicos, como ya nos describió Aristóteles, era la llamada demarquía o estococracia, o en términos más usados en nuestra lengua la insaculación o lotocracia. La elección de funcionarios políticos en la Italia de finales de la Edad Media y principios del Renacimiento también utilizó el sorteo, o más recientemente, las Asambleas de Ciudadanos en los Países Bajos para reformar la ley electoral.

Sabemos que los griegos atribuían la suerte en el campo de batalla a un orden superior que se ponía de manifiesto con la victoria, derivándose la legitimidad del poder en ese orden, la misma que tenía el azar en la selección de cargos públicos. Esa idea de orden trascendente que la política busca instaurar, hoy día totalmente desaparecida, resulta el mayor impedimento para recuperar el sorteo como forma de selección. Quienes proponen el sorteo como forma de superar algunas deficiencias de la democracia representativa, deberían tener en cuenta que ya no vemos la política como una tarea que busca instaurar un orden trascendente, desde el siglo XVII, la política tiene como objeto la certeza y la seguridad, no el orden, y difícilmente tiene cabida el azar o lo aleatorio.

En contra, se puede decir que practicando el sorteo puede resurgir esa manera de ver la política convirtiéndolo así, en una forma de recuperar la vieja libertad política clásica, pero defender el azar como fuente de legitimación del poder puede resultar más complicado de lo que en apariencia parece. Si ganar las elecciones es cuestión de suerte, porque las personas que se presentan están ocupando esos puestos debido al azar, dónde queda el mérito.

Maquiavelo resolvía el problema estableciendo un equilibrio entre ambos, mitad fortuna y mitad mérito o virtud, pero siendo contingente el lugar donde nacemos, la época, la educación o la genética, el mérito puede ser poco valorado al ser el resultado de muchos factores sobre los que apenas intervenimos, e incluso, aun alcanzando el éxito debido a nuestro talento, debemos considerar que nuestra inteligencia no deja de ser fruto del azar. Podemos decir que cuando en la consecución de un logro interviene la suerte, se reduce considerablemente nuestro esfuerzo personal.

Vemos como el azar en política plantea problemas de legitimidad porque el ganador de unas elecciones, o quien ostenta el poder debido a la suerte, no tiene mayor derecho a hacer uso de ese poder del que tenía antes de que la diosa romana Fortuna, transformada por el cristianismo en Providencia, le tocara antes de ser elegido. Y cuando las relaciones propias del poder de mando y obediencia obtienen la legitimación del resultado de las urnas sobre candidatos elegidos providencialmente, se tambalean los cimientos sobre los que están asentadas nuestras democracias. Quizás lo que está en duda no es nuestro sistema de elección de representantes, sino el propio sistema democrático en sí.   

José Luis Moreno Pestaña, uno de los filósofos políticos españoles más innovadores, en su libro Los pocos y los mejores, critica que el concepto marxista de fetichismo de la mercancía, relaciones entre objeto (dinero-mercancías) y no entre personas, ha lastrado la actividad política frente al valor político, siendo un claro defensor del sorteo como herramienta para profundizar la calidad de nuestras democracias.

La falta de trayectoria política o sindical en muchos de los políticos actuales, mayoritariamente funcionarios públicos con tiempo para dedicar a la cosa pública e incapaces de gestionar nada, es la crítica más severa que hace Moreno Pestaña a quienes en mayor proporción ocupan hoy día los parlamentos europeos. La división del conocimiento entre el experto, propio de unos pocos, y el que se adquiere por la familiarización o la práctica, deseable en el común de los ciudadanos, es el que divide igualmente la introducción o no del sorteo como medida de elección de los cargos, porque en la actualidad "Los partidos políticos son organizaciones de promoción empresarial de la actividad política".

La razón que le asiste en la consecución de un conocimiento básico, generalizado, operativo y democrático de la ciudadanía para la gestión de la res publica, choca con la fría realidad, pudiendo ser un primer paso la introducción de esta forma de elección de cargos en los estratos más básicos de los partidos políticos, siquiera en los cargos orgánicos.

¡Por cierto!, Einstein se equivocó radicalmente con la mecánica cuántica, parece ser que Dios tiene algo de ludópata.

 

 

 

domingo, 18 de abril de 2021

LA PRAXIS ANARQUISTA

 


A los ojos de observadores superficiales, nunca hubo en la historia política una paradoja tan grande como la que sucedió durante la guerra civil española cuando cuatro prestigiosos anarquistas aceptaron, no sin presiones e incluso dudas personales, ocupar los cargos de ministros del gobierno de la II República: Federica Montseny, ministra de Sanidad, Juan Peiró, ministro de Trabajo, Juan López, ministro de Comercio y Juan García, ministro de Interior, contravinieron la máxima de todo ortodoxo anarquista que se precie: el no gobernar bajo ningún concepto, ni tan siquiera cuando lo que se estaba intentando era recuperar el gobierno constitucional, olvidando poner en práctica innovadores proyectos de aquella época como la ley de parejas de hecho, la de adopción, exenciones penales, uso de pisos desocupados, alquileres protegidos o comedores sociales, son propuestas que hoy en día a algunos les parecen novedosas.

Se han perdido muchos años en hacer avanzar la sociedad por dogmatismos hieráticos y dando por hecho que hay determinadas opiniones que no deben sucumbir a los resultados prácticos por muy loables que sean. Aparece de nuevo la posible crítica de una actuación utilitarista como freno a intentos de progreso y bienestar social compartido, y con ello, todos los ataques que especialmente Stuart Mill ha recibido por establecer como único criterio moral la felicidad, que por otra parte es “el criterio”, con la trascendente salvedad que los medios son también elementos integrantes del fin, pero dicho esto, quisiera centrarme por su condición de mujer en una ministra que no lo quería ser: Federica Montseny.

Federica nació en Madrid en 1905 y, como ella misma indicó, fue “una figura conocida en la CNT a causa de la gira de conferencias y mítines realizados, sobre todo después de la proclamación de la República”, se consideraba una feminista cuando en realidad no aceptaba las premisas del feminismo activo: “... ¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo siempre! …”, el voto para la mujer le parecía abominable (asunto que merece análisis propio), el amor libre lo consideraba materialista, la maternidad le parecía trascendental en la mujer, en definitiva, lo que venía a destacar con todo ello es que cuando el hombre fuera liberado de todas sus ataduras sociales, también lo sería la mujer, así entendía ella ser feminista. Pero, con igual singularidad, analizaba lo que había ocurrido en Rusia con el marxismo, hablaba de este país como mísero, hambriento y desprovisto de la construcción íntima de principios morales y espirituales, de aquello en lo que España estaba más evolucionada, el comunismo solo satisfacía necesidades primitivas del cuerpo.

Vemos pues, como destacadas figuras anarquistas han intentado llevar a la práctica ideas que otros tildaban de utópicas. Federica escribió: “... Desde el punto de vista de las ideas, el anarquismo no tiene nada que rectificar (…) Pueden y deben, eso sí, esforzarse en extender su radio de acción y de influencia entre todas las clases de la sociedad (…) ampliando sus métodos y dando multiplicidad a sus tácticas, organizando su enorme fuerza espiritual y trabajando con la psicología de las multitudes. Al lado del filósofo, del revolucionario, del místico, del vengador, del militante obrero, han de crearse y adquirir fuerza y desarrollo la figura humana del organizador y la personalidad colectiva de la organización …”.

Hay voces que desde visiones libertarias no ven en el “organizador” un ser erradicable, tirano y déspota por condición, sino que pueden existir personas que solidarias y con innatas virtudes organizativas modelen sociedades bajo el control de los demás, siempre sometidas a los rigores propios de sistemas de mayorías y siempre con valores críticos, fruto de la educación como elemento trascendental en una sociedad de futuro.

De entre los movimientos anarquistas el anarcocapitalismo fue un serio intento de praxis política, como una de las pocas corrientes que han pretendido plasmar su pensamientos con la puesta en práctica de sus teorías y, aunque la corriente como tal toma carta de naturaleza en periodos recientes, sistemas con ideas parecidas han subsistido anteriormente, así la Irlanda céltica (650-1650) era una sociedad donde los tribunales y la ley eran en gran medida libertarios y operaban formalmente sin un Estado. Esta sociedad persistió durante aproximadamente un millar de años, hasta la conquista brutal por parte de Inglaterra en el siglo XVII, y a diferencia de otras tribus primitivas similares en su funcionamiento como los ibos en África Occidental, la Irlanda preconquistada no fue en modo alguno una sociedad “primitiva”: era una sociedad muy compleja que fue, durante siglos, la más avanzada, más estudiosa y más civilizada de todas en Europa Occidental, se escribió de ella que “No había legislador, ni oficiales de justicia, ni policía, ni aplicación pública de la justicia … No había rastro de justicia administrada por el Estado”.

El anterior caso no fue aislado y se podría hablar con igual interés de Rhode Island (1636-1648) donde el religioso Roger Williams fundó Providence que lejos del puritanismo de otras congregaciones estableció una convivencia basada en la toma de decisiones comunes. Albemarle en la actual Carolina del Norte con una sociedad cuasianarquista, Santo Experimento (los cuáqueros) en Pennsylvania, el llamado Lejano Oeste Americano con unas leyes definidas por las costumbres locales y del que las películas han hecho de él un lugar regido por la violencia, lejos de la realidad y de los índices de delincuencia inferiores a los del “civilizado” Este. Por último, el curioso ejemplo de Laissez Faire City, intento fallido de construir un país con una sociedad anarcocapitalista donde Hong Kong era una guía y que, cuando fracasó, algunos miembros se trasladaron a Costa Rica, donde el Estado es relativamente débil, no hay ejército permanente y la interferencia de los poderes públicos se puede “comprar”. Vemos que otras sociedades son posibles, lo difícil es mantenerlas.

 

domingo, 11 de abril de 2021

EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA: DEL MITO AL LOGOS

 

       

La historiografía positivista, con Augusto Comte como su mayor representante, no se preguntaba el porqué de la existencia humana como naturaleza, sino el cómo, la manera en que se producen los fenómenos y en qué circunstancias y con qué frecuencia se presentan. Metodológicamente, el instrumental utilizado es el saber científico de la razón, y su origen se remonta a la antigua Grecia, al paso del mito al logos.

Los primeros historiadores de la filosofía se dieron cuenta que la existencia de determinados temas se repetía a lo largo de todo el pensamiento griego: el hombre, la naturaleza, la justicia, etc. Si bien, ya desde entonces, se distinguió una primera reflexión cosmológica de otra posterior antropológica, de igual manera que los lenguajes presocráticos eran distintos de las categorizaciones que generaron la sofística o el platonismo. La respuesta positivista fue interpretar estos fenómenos bajo una respuesta común, un modelo de interpretación, el esquema del progreso: de la irracionalidad del mito hasta la conquista de la racionalidad “von Mythos zum Logos” según expresión de Wilhelm Nestle.

El siempre recordado y añorado profesor de filosofía Quintín Racionero, decía que dos son los criterios manejados para este tránsito tan determinante en nuestra cultura occidental y causantes del afloramiento de la razón frente a la progresiva desaparición de la irracionalidad. Uno es el dominio técnico de un instrumental lógico y cognitivo plenamente racionales, del que nos hablaba Wilhem Capelle, es decir, los mecanismos de la lógica o los mecanismos del conocimiento científico o filosófico.

El segundo criterio, que podrían representar Burnet o J. Behrnardt, es el principio de desacralización, si el mito representa una forma de pensar religiosa, la filosofía alude este tipo de explicaciones, eliminando la apelación a los dioses para pasar a un saber, dominio único de la razón humana.

Es el paso de la cosmogonía a la cosmología, y de ésta, a la reflexión acerca del hombre: la filosofía nace con la Razón y logra su autonomía conforme al doble proceso de la sacralización del saber y de la afloración del instrumental técnico-cognitivo adecuado.

No debe ser interpretado lo expuesto como la existencia de un mundo primitivo con razonamientos infantiles o de sinrazón, frente al surgimiento de una razón per se, de la razón humana en sí, porque el mito no representaba en la Antigüedad un conocimiento al margen de la razón, sino de un conocimiento distinto de la razón, donde filósofos como Platón acudían al mismo como vía de explicaciones racionales, o como Aristóteles, que veía una comunidad temática entre la filosofía y el mito.

Hoy en día, no sabemos como se pudo generar la información codificada en el ADN de la primera célula autorreplicante, la ciencia sabe como funciona, pero para determinar la forma en que surgió y en la que se replica debe existir una explicación más coherente que dejarlo a la fe. La célula es un organismo complejo, han pasado más de 800.000 años para que el cerebro del homo erectus pudiese elaborar algunos pensamientos estructurados, y más de 120.000 para la aparición del homo sapiens, nuestros ancestros, pues bien, debieron pasar millones de años de evolución para lograrse la asociación celular que formase los organismos más complejos. El mito, a pesar de desaparecer como explicación generalizada y sustituida por la razón lógica, sigue presente en explicaciones irracionales que seguimos sufriendo.

domingo, 4 de abril de 2021

CIENCIA Y FILOSOFIA: CLASIFICACION DE LAS CIENCIAS

     


La clasificación de las ciencias ha sido algo abordado por la filosofía desde siempre y no debemos reducir este interés a considerarlo una muestra de posición superior o preeminencia sobre el resto de ciencias, sino una necesidad de delimitar los límites del pensamiento humano. Kant ya apuntó que todo conocimiento comienza con la experiencia, pero no todo él procede de la misma, es el problema epistemológico de los límites de la razón al margen de todo utilitarismo enciclopédico.

Aristóteles en el siglo IV a.e.c. las dividía en ciencias poéticas, donde incluía la poesía y la retórica, ciencias prácticas, donde estaban la ética, la política y la economía, y ciencias teóricas, donde incluía las matemáticas, la filosofía primera (teología y metafísica) y la filosofía segunda (física). Esta era la episteme griega donde ciencia y filosofía se identificaban y cubrían todo el saber existente en una época donde el filósofo era físico, matemático, astrónomo y teólogo.

En la Edad Media se establecieron 7 artes liberales (de los hombres libres), divididas en dos secciones: la del lenguaje, conocida como el trivium y compuesta por la gramática, la retórica y la dialéctica, y la sección de las matemáticas, el quadrivium, compuesta por la aritmética, la geometría, la astronomía y la música, clasificación ésta que señalaba el conocimiento como un “don divino”, una idea que perduró durante siglos y que tardó en ser eliminada.

Ya con Francis Bacon (1561-1626) se relacionan las disciplinas con las facultades humanas y así, la memoria es relacionada con la historia, la imaginación con la poesía, la literatura y el arte, y finalmente, la facultad de la razón, como lo propio de la filosofía, la teología y la cosmología. Pero es con La Gran Enciclopedia de 1751 donde Diderot y D´Alambert rompen definitivamente con la ortodoxia cognitiva del medievo y en un entorno ilustrado intentan ordenar las ciencias desde la luz del conocimiento dividiéndolas en tres grandes bloques: ciencias de la historia, ciencias del hombre y ciencias de la naturaleza, subdividas cada una de ellas en distintas disciplinas y eliminando la frontera entre lo cognoscible e incognoscible.

El positivista Comte (1798-1857) ordena las ciencias a partir de la pérdida de características propias de un tronco metafísico común y así la pérdida de las categorías mágicas de los números conforma la astronomía, la emancipación de la astrología forma la física, la química se desprende de su comunión con la alquimia y la sociología deja las utopías filosóficas y de la metafísica social, lo que nos lleva a institucionalizar la ciencia positiva como lo propio que fomenta el progreso y el bienestar en el plano social y la difusión del método científico. Desde la lógica filosófica la clasificación de las ciencias persigue fundamentar sus relaciones de orden superior y de subordinación, así como las propias de coordinación dentro de cada una y todo ello, desde un contexto temporal determinado fuera del cual pierden su operatividad.

Desde el marxismo se jerarquizaron las ciencias desde la primacía de la dialéctica, como aquella que globalizaba a las ciencias particulares y así Kedrov y Spirkin las clasifican en ciencias filosóficas, matemáticas, naturales y técnicas y por último, las ciencias sociales, siendo una división que alcanzó su máxima difusión a mediados del siglo XX, periodo en el que Jean Piaget (1896-1980) funda la epistemología genética, donde se estudia el paso de estados de un menor conocimiento a estados más avanzados en una estructura circular que partiendo de la lógica y las matemáticas, pasando por la ciencias físicas, las biológicas y las psicosociales llegaríamos nuevamente a las ciencias formales, esta vez, en un mayor grado de validez cognoscitivo.

En la actualidad no solo desde la filosofía se trata el tema de la clasificación de las ciencias: técnicas de manejo de la información, disciplinas relacionadas con la bibliotecología o representaciones temáticas de la información afrontan este tema desde una visión más cuantitativa que epistemológica, por lo que el enfoque filosófico sigue teniendo plena vigencia.

 

 

 

 

LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA, ¿SUMA O LASTRA?

                Estas reflexiones políticas que propongo, ajenas a la inteligencia artificial y próximas a la natural, ya sean del interés c...