La
historiografía positivista, con Augusto Comte como su mayor
representante, no se preguntaba el porqué de la existencia humana como
naturaleza, sino el cómo, la manera en que se producen los fenómenos y en qué
circunstancias y con qué frecuencia se presentan. Metodológicamente, el
instrumental utilizado es el saber científico de la razón, y su origen se
remonta a la antigua Grecia, al paso del mito al logos.
Los
primeros historiadores de la filosofía se dieron cuenta que la existencia de
determinados temas se repetía a lo largo de todo el pensamiento griego: el
hombre, la naturaleza, la justicia, etc. Si bien, ya desde entonces, se
distinguió una primera reflexión cosmológica de otra posterior antropológica,
de igual manera que los lenguajes presocráticos eran distintos de las
categorizaciones que generaron la sofística o el platonismo. La respuesta
positivista fue interpretar estos fenómenos bajo una respuesta común, un modelo
de interpretación, el esquema del progreso: de la irracionalidad del mito hasta
la conquista de la racionalidad “von Mythos zum Logos” según expresión de Wilhelm
Nestle.
El
siempre recordado y añorado profesor de filosofía Quintín Racionero, decía
que dos son los criterios manejados para este tránsito tan determinante en
nuestra cultura occidental y causantes del afloramiento de la razón frente a la
progresiva desaparición de la irracionalidad. Uno es el dominio técnico de un
instrumental lógico y cognitivo plenamente racionales, del que nos hablaba Wilhem
Capelle, es decir, los mecanismos de la lógica o los mecanismos del
conocimiento científico o filosófico.
El
segundo criterio, que podrían representar Burnet o J. Behrnardt,
es el principio de desacralización, si el mito representa una forma de pensar
religiosa, la filosofía alude este tipo de explicaciones, eliminando la
apelación a los dioses para pasar a un saber, dominio único de la razón
humana.
Es el
paso de la cosmogonía a la cosmología, y de ésta, a la reflexión acerca del
hombre: la filosofía nace con la Razón y logra su autonomía conforme al doble
proceso de la sacralización del saber y de la afloración del instrumental técnico-cognitivo
adecuado.
No debe
ser interpretado lo expuesto como la existencia de un mundo primitivo con razonamientos
infantiles o de sinrazón, frente al surgimiento de una razón per se, de la
razón humana en sí, porque el mito no representaba en la Antigüedad un
conocimiento al margen de la razón, sino de un conocimiento distinto de la razón,
donde filósofos como Platón acudían al mismo como vía de explicaciones racionales,
o como Aristóteles, que veía una comunidad temática entre la filosofía y
el mito.
Hoy en
día, no sabemos como se pudo generar la información codificada en el ADN de la
primera célula autorreplicante, la ciencia sabe como funciona, pero para
determinar la forma en que surgió y en la que se replica debe existir una
explicación más coherente que dejarlo a la fe. La célula es un organismo
complejo, han pasado más de 800.000 años para que el cerebro del homo erectus
pudiese elaborar algunos pensamientos estructurados, y más de 120.000 para la
aparición del homo sapiens, nuestros ancestros, pues bien, debieron pasar
millones de años de evolución para lograrse la asociación celular que formase
los organismos más complejos. El mito, a pesar de desaparecer como explicación
generalizada y sustituida por la razón lógica, sigue presente en explicaciones
irracionales que seguimos sufriendo.
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