domingo, 30 de mayo de 2021

¿TIENEN DERECHOS LOS ANIMALES?

 

   

           

    En el libro del Génesis del Antiguo Testamento aparecen preceptos sobre el dominio que los humanos podemos ejercer sobre los animales, sobre todos los animales, pensamiento que se ha mantenido hasta nuestros días. Contra esta mayoritaria postura siempre han existido voces críticas como las de Zaratustra, fundador del mazdeísmo, que hacia el siglo IV a.n.e. consideraba a los animales dotados de alma por medio de la que entendían y sufrían del mismo modo que los seres humanos.  Un siglo antes, en la Grecia Clásica, Pitágoras entendió que los humanos y los animales tenían el mismo tipo de alma defendiendo el ser vegetariano porque por una pequeña porción de carne privamos un alma del sol, de la luz y del curso de su vida. Un siglo después la filosofía budista enseñaba la ahimsa o la no violencia y el apego a la vida de todos los seres vivos, incluidos los animales, y en la Edad Media San Francisco de Asís elevó la consideración de los animales a “hermanos” de los hombres.

    A pesar de lo dicho, no fue hasta la Edad Moderna donde se redactó la primera ley conocida en defensa de los animales en el año 1635 en Irlanda, The Statutes, por la que se prohibió fisurar lana de ganado ovino y atar arados a las colas de los caballos debido al enorme sufrimiento que padecían estos animales. Los nuevos movimientos cristianos que emergieron en ese siglo modificaron la concepción de las relaciones entre humanos y animales y así, en la colonia estadounidense de Massachusetts Bay, se redactaron leyes protectoras de los animales domésticos. En el Reino Unido, bajo la también legislación puritana de 1654, abundaron las leyes de protección animal prohibiendo Oliver Cromwell, durante su gobierno, las peleas de gallos, perros o toros.

    Con la Ilustración del siglo XVIII, se incrementaron las disposiciones legales en defensa de los animales, Jeremy Bentham, (1748-1832) padre del utilitarismo, consideró que la carencia de derechos de los animales contradecía la exigencia de velar por todos los seres dotados de sensibilidad. Lewis Gompertz fue el primer activista moderno y fundador en 1824 de la Londres Society for the Prevention of Cruelty to Animals (RSPCA), al mismo tiempo que Henry Bergh en 1866 creaba en Nueva York the American Society for the Prevention of Cruelty to Animals.

    En el siglo XIX se multiplicaron las asociaciones que tenían como finalidad el bienestar animal, así en 1847 se creó The Vegetarian Society Portmouth, de la que Gandhi fue miembro, o The Humanitarian League de Henry Salt, reformista social, antiviviseccionista, vegetariano y contrario a la caza. Vemos como a través de los siglos la sociedad ha evolucionado y ha tomado conciencia de los derechos de los animales, unido en nuestros días con la irrupción de los Derechos Fundamentales, al movimiento de liberación animal y al movimiento ecologista.

    En sentido contrario nos podemos encontrar opiniones de pensadores ilustres como las de Descartes, que consideraba a los animales como simples máquinas, concepto el de “animal-máquina” que ha sido determinante para la filosofía posterior en Kant, Heidegger, Lévinas o Lacan y que ha recibido duras críticas del posestructuralista y posmoderno filósofo francés Jacques Derrida, por arrebatar la posibilidad al animal de ser reconocido como "otro"Kant parte de la consideración del hombre como un fin en sí mismo, legislador universal del reino de los fines, aptitud que solo puede ser reconocida a las personas como únicas con poder de coacción, de obligar; la coacción moral solo se puede imponer por un sujeto a otro en tanto que ambos son personas. Derrida, por su parte, considera la obligación de conceder derechos a los animales aunque estos no puedan detentar deberes y proclama otras formas de violencia que se ejerce sobre ellos, incluso por parte de quienes en nombre de “los Derechos de los animales” manifiestan consignas a favor de estos que no son sino otras formas de dominio y que incluye la antropomorfización, y la reducción de la animalidad a modos de ser distintos a su ser sustancial, dislate observado incluso en ciencias como la etología, zoología, ética animal, en lo que Derrida ha llamado “el fin del animal”.

    Peter Singer declaró que no se podía experimentar el dolor ajeno, tanto si el “otro” es nuestro mejor amigo, como si el “otro” es un perro callejero, y lo hacía para apoyar el pensamiento de Bentham cuando éste actuaba culpando a la tiranía humana, que la falta de derechos no alcanzara al resto de la creación animal, por cuanto solo había una cosa que podría trazar la línea divisoria entre lo humano y lo animal, la facultad de la razón, para terminar preguntándose si un caballo o un perro adulto no eran más racionales, y también más sociables, que una criatura humana de un día, una semana o incluso un mes. Como decían M. Horkheimer y T. Adorno: “En la guerra y en la paz, en la arena o en el matadero, desde la lenta muerte del elefante, vencido por las hordas humanas primitivas gracias a la primera planificación, hasta la actual explotación sistemática del mundo animal, las criaturas irracionales han experimentado siempre lo que es la razón”.

    La filósofa francesa Corine Pelluchon insta a poner fin a este trato degradante e integrar a los animales como sujetos en nuestra comunidad moral, en el marco de una nueva zoopolítica global y afirma, siguiendo a Derrida, que no son los espectáculos crueles en los que son expuestos y hasta sacrificados, ni el consumo de carne lo que los hace vulnerables, sino su eliminación como alteridad, como el “otro” del ser humano por la pérdida de sensibilidad de los hombres hacia su sufrimiento y por la sensiblería que alimenta la sobre protección de los animales como es el caso de los domésticos. Al reconocerse a los animales como seres sintientes, se retoma el postulado kantiano de los deberes hacia los animales como un deber del hombre para consigo mismo.

    La española Adela Cortina matiza la anterior posición sosteniendo que, aunque los animales tienen un valor interno y tenemos obligaciones hacia ellos, carecen de dignidad por faltarles la autoconciencia y la autoestima, con lo que no se puede considerar tengan derechos. A esto cabe decir que no le falta parte de razón a su posición, pero sin dejar muy claro cuáles son esos valores de los que habla, su propósito es sostener un diálogo con posiciones diferentes "que se oponen a la idea de que los seres humanos son los únicos que forman parte del núcleo duro de la ética" y la diferencia con Bentham y el utilitarismo parece radicar en el uso de la palabra “derecho”. Para nuestra filósofa, esta palabra connota derechos naturales previos al pensamiento moral, o anteriores a la formación de la comunidad moral, porque si no contamos con un concepto de naturaleza humana anterior al pensamiento moral, es imposible demandar a los legisladores que conformen las leyes a una perspectiva moral, postura que podemos considerar fundacionista. Los utilitaristas responderán que, si no insistimos en los derechos naturales, o derechos humanos anteriores a los dados por la sociedad, nos quedamos "inermes ante la voluntad de los legisladores y no tenemos ninguna base firme para exigir que se legisle en un sentido u otro, si no es por la pura presión social, que nunca puede ser un criterio de legitimidad”.

    En cualquier caso, atribuyendo valores inherentes, o derechos a los animales, la existencia de los argumentos para protegerlos es indiferente por no ser necesario atribuir o impartir derechos, ni dignidad, para afirmar de los animales que tienen valor, y si a lo largo de la historia los seres humanos siempre hemos utilizado a los animales para nuestras necesidades y diversiones sin preocuparnos de su sufrimiento o bienestar, solo podemos afirmar que únicamente desde las necesidades biológicas humanas se puede alterar el principio ético del bienestar animal que debe consagrar la legislación, el resto de necesidades desde su legitimidad, deben sucumbir ante el peso de los valores que acompañan a todos los seres vivos. Ni el deporte, ni la tradición, ni el divertimento, ni tan siquiera la supuesta culturalidad, pueden traspasar la frontera del respeto que se debe a quienes comparten con el ser humano esta morada común donde vivimos.


 

Isaías 66,3: “Quien inmola a un toro es como quien mata a un hombre; quien sacrifica a una oveja es como si estrangula a un perro; quien presenta víctimas para alimento es como el que ofrece sangre de cerdo”

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